Atravesaba una etapa de mi vida en la que debía tomar una decisión trascendental, cuando alguien me dijo: “todo tiempo que no sigas tu deseo, será tiempo perdido”.
Quedé perpleja ante tal afirmación y me pregunté ¿qué es para mí el deseo?
Entonces lo definí así: “el deseo es un movimiento sísmico interior provocado por el alma, que intenta comunicar sus dictados, impulsando a concretar todas aquellas aspiraciones que conducirán al encuentro del propósito esencial de la vida”.
Alice Bailey ha dicho que “toda enfermedad es el resultado de la inhibición de la vida del alma”.
Siguiendo esta línea de pensamiento, podríamos decir que escuchar y consolidar el propio deseo puede ser un camino hacia la salud y la integración.
Sería valioso que existieran instrucciones o consignas para concebir un deseo. Se me ocurre llamarlas “un arte del bien desear”.
¿Y cómo sería esto del “bien desear”? ¿Cómo crear y dar forma a un deseo? ¿Lo sabemos? ¿Nos planteamos la cuestión desde esta mirada?
Tal vez algunas de las consignas esenciales para construir concientemente un deseo tengan que ver con no dañar, con no sustentarlo en pasiones destructivas, con elegir corporizar aquellos deseos que sean un incentivo para crecer incluyendo la solidaridad y el respeto por la libertad.
Si pudiera hablar con el deseo – ese mensajero del alma – le pediría que movilice sólo mis mejores talentos y habilidades, que convenza a mis miedos e inseguridades para que no lo inhiban, que estimule mi dignidad y no mi orgullo, que encienda en mí el espíritu de búsqueda, que me enseñe a reaccionar menos y a responder más ante cada situación, que no se achique ante las dificultades, demoras y negativas de la vida, que no pierda intensidad cuando el dolor intente quebrarme, que me conduzca hacia la realización y la plenitud, dándome la fuerza interior para poder ser yo misma todo el tiempo, y pese a todo, hasta el final.
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