miércoles, 1 de octubre de 2008

Crianza





Texto de Ana M. Fernández Vuono


A veces uno va creciendo entre silencios y ausencias, desconectado de la ternura, de los afectos ... Y va cumpliendo años mientras pasa el tiempo. Uno es obediente ...

Pero se va congelando ...

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Alguna vez uno escribe un poema que dice algo así: “… la casa está vacía… el silencio escucha, pero nunca responde, porque teme y se esconde…”
La falta de palabras de los otros origina la propia falta de palabras, porque uno no puede aprender a hablar si no le muestran cómo hacer.
Cuando los que crean y crían sólo han conocido el lenguaje del silencio, transmiten y enseñan silencio.

Culpa de los ancestros ...

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La línea que separa el silencio del frío es difusa. Inexorablemente, alguna vez uno cruza el umbral y se congela del todo.
Se congela el deseo y se pierde la posibilidad de encontrar ternura. Toda la existencia se congela. Uno se ha extraviado y trata de buscarse. En medio de tanto frío no puede encontrarse porque se paraliza y la búsqueda se detiene.
Un niño que se congela no puede crecer.
Cuando uno se ha congelado siendo niño llega fácilmente al odio, porque en el frío es más fácil sostener el odio y jamás se desarrolla la ternura. El frío le impide anidar: es abortivo.
Después uno da lo que ha recibido hasta que empieza a sentir mucho frío. Pero como no puede hablar ni moverse, no pide ayuda.

Los efectos del hielo en el alma ...

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De todas maneras, siempre puede suceder algo que a uno le permita remojar su alma en agua calentita y comenzar a descongelarse ...
Lo primero que irrumpe es el deseo: la paradoja es que gracias al hielo se ha conservado intacto, fresco y vigoroso. Luego aparece la necesidad y uno reclama ternura. En este punto conviene apresurarse ya que se puede volver al estado de congelamiento: el agua calentita podría enfriarse por la presencia del hielo.
En cuanto aparece una fuente de ternura, uno la percibe y el proceso del deshielo se acelera hasta que no quedan rastros. Finalmente, surge la palabra y uno habla porque ha regresado.
Así uno descubre que eso que los humanos llaman amor no es lo contrario del miedo ni del odio, sino lo contrario del frío... del hielo... del congelamiento del alma...

En ese momento, uno sabe que está en condiciones de amar...