Texto de Ana M. Fernández Vuono
Disfruto plenamente pensando que he vivido antes: muchas veces, muchas vidas, muchos ciclos.
Me gusta saberme eterna e infinita.
Entonces me doy permiso para jugar con mi imaginación y la suelto. Desmesurada, mi fantasía – o quizás mi recuerdo ¿quién lo sabe en verdad?- me muestra escenas en las que encuentro mis orígenes y me completo.
Cada vida pasada es una parte de mí, imprescindible para explicar este ser que hoy respira, siente y goza.
Cada ser que habitó esta multitud que soy, me ha legado un don que puedo cultivar o dejar morir.
No me importan los detalles de otras vidas, ni recordar los nombres de los muchos que dieron cuerpo y deseo a esta persona que hoy los convoca en esta ceremonia de palabras.
Todo eso es vanidad cuando existen los dones. Y éstos se revelan cuando se comparten, siendo éste es el secreto que los multiplica.
Sé que allá lejos y hace tiempo fui otras/otros, fui muchas/muchos.
Sé que soy una suma de recursos y tendencias.
Sé que mi cuerpo está hecho de materia reciclada y que mis deseos fueron deseados muchas veces.
Y sé que tengo todo el tiempo del universo para desplegarme.
Porque me gusta saberme eterna e infinita. Porque me gusta sentirme dueña del tiempo.
Y también sé que esos seres están allí para enseñarme lo que aprendieron, para que yo no tenga que repetir sus mismos errores ni quedar atrapada en sus mismas incertidumbres.
Me complace saberme guiada por quienes han vivido antes y hoy, siendo mis huéspedes interiores, tienen la generosidad de transmitirme su sabiduría.
Porque soy en ellos y ellos son en mí.
Porque nada se pierde.
Porque todo es cosecha.
Porque así puedo heredarme en otro ser que, quizás, en una tarde lluviosa, abra un cuaderno y, simplemente, también los recuerde.