Ilustración de Javier de la Cruz
Extraído de: El nacimiento de una contracultura de T. Roszak (p. 135)
Epílogo a la indagación filosófica de
Herbert Marcuse sobre Freud, adaptado libremente de la fábula de Chuang-tsu.
”Había una vez una sociedad de ranas que vivían en el fondo de un profundo y
oscuro pozo, desde el cual no se podía ver absolutamente nada del mundo
exterior. Las ranas eran gobernadas por una despótica Gran Rana, muy
camorrista, que, con argumentos más bien dudosos, afirmaba ser propietaria del
pozo y de todo lo que se arrastraba o se movía dentro de él. La Gran Rana nunca movía un
dedo para alimentarse o guardarse, sino que vivía gracias a las labores de las
pobres ranas con las que compartía el pozo. Estas desgraciadas criaturas se
pasaban todas las horas de sus lóbregos días, y muchas de sus lóbregas noches,
yendo de un lado a otro por entre el agua y el barro para buscar las larvas e
insectos que tanto gustaban a la Gran Rana.
Siempre que la alondra venía de visita, la Gran Rana instruía a las ranas pobres para que
escucharan atentamente todo lo que el pájaro dijese. «Os está hablando
-explicaba la Gran Rana-
de la tierra felíz que espera como recompensa a todas las ranas cuando terminen
esta vida de pruebas.» No obstante, la Gran Rana (que, dicho sea de paso, era medio
sorda y nunca estaba segura de lo que había dicho la alondra), pensaba en
secreto que aquel extraño pájaro estaba completamente loco.
Es posible que las ranas pobres alguna vez tuviesen la impresión de que la Gran Rana las engañaba.
Pero lo cierto es que, con el tiempo, habían llegado a adoptar una actitud
cínica para con las historias que les contaba la alondra, convenciéndose
después de que el pájaro estaba loco de remate. Además, algunas ranas
librepensadoras que vivían en el pozo (aunque es imposible explicar de dónde
vinieron estas librepensadoras) convencieron a las demás de que la Gran Rana utilizaba la
alondra para consolarlas y distraerlas con cuentos sobre las delicias que
encontrarían en el cielo cuando muriesen. «¡Eso es mentira!», croaban las
pobres ranas con rabia y amargura.
Pero entre las pobres ranas había una rana filósofo que había inventado una
nueva e interesante idea sobre la alondra. «Lo que dice el pájaro no es
exactamente mentira -sugería la filósofo-. Tampoco es una locura. Lo que en
realidad nos dice la alondra de esa manera tan extraña es el hermoso lugar que
podríamos hacer de este infeliz pozo en que vivimos con sólo que nos lo
propongamos verdaderamente. Cuando la alondra nos canta el sol y la luna,
significa las maravillosas formas nuevas de iluminación que podríamos introducir
aquí para desterrar la oscuridad en que vivimos. Cuando canta los cielos,
anchos y aireados, significa la saludable ventilación que podríamos gozar en
lugar de los aires fétidos y corrompidos a que nos hemos acostumbrado. Cuando
canta la embriaguez de su vuelo vertiginoso, significa las delicias de los
sentidos liberados que todas nosotras podríamos conocer si no nos viésemos
obligadas a consumir nuestras vidas en este afanamiento opresivo. Y, sobre
todo, cuando canta al remontarse libremente entre las estrellas significa la
libertad que tendremos cuando nos quitemos para siempre de encima de nuestras
espaldas a la Gran Rana.
Ya veis, no es cosa de reírse del pájaro este. Tendríamos que agradecerle el
habernos brindado una inspiración que puede emanciparnos de nuestra
desesperación.»
Gracias a la rana filósofo, las ranas pobres le tomaron un gran cariño a la
alondra. De hecho, cuando por fin se produjo la revolución (pues las
revoluciones se producen siempre), las ranas pobres inscribieron la imagen de
la alondra en sus banderas y marcharon a las barricadas croando lo mejor que
sabían para imitar en lo posible los tonos líricos de la alondra. Una vez
derrocada la Gran Rana ,
el pozo, oscuro y húmedo en otro tiempo, aparecía magníficamente iluminado y
ventilado, convertido en estupendo lugar para vivir. Además, las ranas pudieron
experimentar nuevos y gratificadores ocios llenos de exquisitas delicias para
los sentidos, tal como había previsto la rana filósofo.
Pero la extravagante alondra todavía seguía visitando el pozo y contando sus
historias del sol y la luna y las estrellas, las montañas y los valles y los
mares, y las grandes aventuras que había vivido.
«Quizá, mirándolo bien -conjeturaba la rana filósofo- este pájaro está
realmente loco. Además, ya no necesitamos sus misteriosas canciones. Sea lo que
fuere, empieza a ser aburrido el tener que escuchar fantasías cuando las
fantasías ya han perdido su revelancia social.»
Así que, cierto día, las ranas consiguieron capturar a la alondra y una vez
hecho esto, la disecaron y la colocaron en museo cívico recientemente
construido (entrada libre)… en un lugar de honor.”