Texto de Ana M. Fernández Vuono
Apareciste en mi vida y abrí la puerta.
Primero tuve que dejar salir el pasado, creando un lugar para que pudieras ocuparlo.
Aprendí a dejar ir. Tuve que eliminar y destruir sin piedad lo más terrible: mis corazas.
Pero eras tan sutil y penetrante que se borraron los límites y se disolvieron las piedras.
Hiciste estallar las intensidades de mi alma y aprendí a escucharlas.
Me solté el pelo y me solté de mis miedos. Ahí estaba la pasión.
Me descubrí poderosa en el amor que despertó en mí. Y brotaron sensaciones olvidadas, contenidas, encadenadas.
No hay peor manera de esconderse de uno mismo que negándose a sentir. Es excluírse de la vida.
Apareciste, y tu presencia vino a recordármelo.
Ahora no quiero que te vayas. Ahora que he permitido que me abrieras el corazón, quiero que te quedes conmigo para compartir este estallido.
Porque sos parte del milagro.
Apareciste en mi vida y abrí la puerta.
Primero tuve que dejar salir el pasado, creando un lugar para que pudieras ocuparlo.
Aprendí a dejar ir. Tuve que eliminar y destruir sin piedad lo más terrible: mis corazas.
Pero eras tan sutil y penetrante que se borraron los límites y se disolvieron las piedras.
Hiciste estallar las intensidades de mi alma y aprendí a escucharlas.
Me solté el pelo y me solté de mis miedos. Ahí estaba la pasión.
Me descubrí poderosa en el amor que despertó en mí. Y brotaron sensaciones olvidadas, contenidas, encadenadas.
No hay peor manera de esconderse de uno mismo que negándose a sentir. Es excluírse de la vida.
Apareciste, y tu presencia vino a recordármelo.
Ahora no quiero que te vayas. Ahora que he permitido que me abrieras el corazón, quiero que te quedes conmigo para compartir este estallido.
Porque sos parte del milagro.